4 de noviembre de 2025

Por Fernando Belaunzarán/Quadratín Guerrero

A gritos corrieron al gobernador Alfredo Ramírez Bedolla del velorio de Carlos Manzo y hasta bofetada recibió. Hubo manifestaciones espontáneas de protesta en Uruapan y Morelia, donde algunos entraron al Palacio de Gobierno para vandalizarlo. Las redes sociales estallaron de indignación ante el asesinato del alcalde, cuyas fotos abrazando a sus hijos, minutos antes del atentado, se volvieron virales. ¿Estamos ante un punto de inflexión o pronto se olvidará como ha ocurrido con tantos otros crímenes atroces?.

Por lo pronto, la presidenta Sheinbaum acusó recibo del costo político, pero desempolvó la técnica de su antecesor para descalificar el descontento. Recurrió a la consabida teoría de la conspiración para hablar de supuestas tendencias infladas con bots, así como de malsanas intenciones opositoras para culpar al gobierno.

Tal y como lo aprendió de López Obrador, no importa lo que pase, así hayan asesinado a un alcalde independiente que cuestionaba la inacción de las administraciones estatal y federal, a final de cuentas la verdadera víctima siempre debe ser ella.

Engañan y se engañan. La indignación es real, extendida, intensa y entendible. La pregunta no es por qué ahora, sino, en todo caso, por qué hasta ahora. La sociedad mexicana lleva años de ser sacudida por crímenes terribles que, en otros países, hubieran desbordado las calles con expresiones de repudio y exigencias de justicia. Ahora, por fin, ésta pudiera ser la coyuntura que detenga la creciente normalización del salvajismo criminal y la empiece a revertir.

No es para menos. Carlos Manzo contaba con indiscutible legitimidad democrática e hizo de la seguridad la gran causa de su gobierno. Ganó de calle la alcaldía de Uruapan como candidato independiente, pues Morena decidió hacerlo a un lado, a pesar de ser el candidato natural. El partido oficial no quiso respaldar al que se comprometía combatir frontalmente al crimen y, en su lugar, postuló a quien el propio Manzo señalaba de estar coludido.

Si la primera afrenta al régimen fue romper con ellos para vencerlos en las urnas, la segunda los lastimó más porque exhibió la colusión del poder político con los cárteles. Carlos Manzo se convirtió en un símbolo por su negativa a pactar con criminales y la convicción de enfrentarlos con todo el poder del Estado.

En innumerables ocasiones cuestionó los abrazos obradoristas, llamando a no tener miramientos con quienes amenazan la vida y la tranquilidad de la población. Eso generó polémica, incluso con Sheinbaum, por considerar que eso comprometía el debido proceso y daba pie a violar derechos humanos; pero mucha gente se puso del lado del alcalde porque sus palabras catalizaban el hartazgo social contra la delincuencia.

Manzo se canso de pedir ayuda a la federación para enfrentar a las poderosas organizaciones criminales de la región. Apenas el 8 de octubre se quejaba del retiro de los efectivos de la Guardia Nacional que le acababan de mandar. Insistía en invitar a la Presidenta para visitar Uruapan y pudiera constatar de primera mano la realidad del segundo municipio más importante de Michoacán. En ninguna de sus giras al estado, le tomó la palabra.

El alcalde también solicitó ayuda a las fuerzas estatales, pero le tenía desconfianza a sus mandos. No tenía miedo en hablar del elefante en la sala: la simbiosis del poder político y el poder criminal.

Ojalá fuera broma, pero Sheinbaum culpó del asesinato de Manzo a Felipe Calderón, cuyo mandato terminó hace trece años. Está empeñada en defender la gestión de su antecesor y ocultar el cochinero que le dejó debajo de la alfombra, pero la falta de autocrítica no le ayudará a salir del atolladero. Se quiso defender diciendo que le dieron 14 elementos de la Guardia Nacional para protegerlo sin darse cuenta que eso agrava la cuestión. ¿De qué tamaño es el poder del crimen que la federación no pudo proteger al alcalde a pesar del apoyo que le brindó?.

Carlos Manzo era un potencial candidato opositor a la gubernatura, lo cual enrarece aun más el atentado en su contra. Hace menos de un mes asesinaron Bernardo Bravo, líder limonero que se oponía a la extorsión. No hay Estado o, peor aun, el crimen es el Estado.