7 de diciembre de 2025

Conversar también es un acto de valentía: escuchar sin prisa, mirar sin máscaras y volver a encontrarnos en un mundo que habla mucho, pero se escucha poco.

Por Rebeca Solano

En un contexto marcado por la inmediatez digital, la polarización y las conversaciones fragmentadas, se abrió una reflexión profunda sobre la crisis silenciosa de la conversación, un fenómeno que afecta directamente los vínculos personales, la vida familiar y la salud emocional.

Durante la participación titulada “Lo que no se aprende en la escuela”, junto a Joaquín López-Dóriga, se expuso que aunque sabemos hablar, hemos dejado de encontrarnos. Las interrupciones constantes, la comunicación mediada por pantallas y la costumbre de editar cada mensaje para mostrar solo una versión controlada de nosotros mismos han debilitado la capacidad de escuchar con presencia, mirar al otro y construir vínculos reales.

Se destacó que conversar no es solo intercambiar palabras, sino crear un puente humano que sostiene la amistad, la intimidad y la confianza. Sin ese puente, las personas pueden coexistir cerca, pero vivir emocionalmente lejos.

En este análisis también se subrayó que una conversación verdadera exige valentía, autenticidad y tiempo. Solo puede surgir —se dijo— “sin armas, sin máscaras y sin prisa”, cuando se deja de defender posiciones, de fingir emociones y de correr contra el reloj. En ese espacio de honestidad es posible sanar interpretaciones que dañan relaciones y recuperar la cercanía perdida.

Finalmente, se plantearon prácticas concretas para reconstruir el arte de conversar: un minuto de atención total, comenzar desde el otro con un “¿cómo estás de verdad?” y cuidar el tono al hablar. Acciones simples, pero capaces de transformar encuentros cotidianos y devolver humanidad a los vínculos, reanimando los puentes que la vida contemporánea ha ido desgastando.