21 de octubre de 2025

Alejandro Cossio Hernández / Facebook

Por Silvia Núñez Hernández

En Veracruz, enfermarse de cáncer es una condena. No por la enfermedad en sí, sino porque el Estado convierte el dolor en trámite, la urgencia en espera y la esperanza en burla. Aquí, el sistema de salud no salva: humilla. En este estado, donde las carencias del sector salud son una herida abierta, enfermar equivale a atravesar un laberinto de desidia y crueldad institucional en el que los ciudadanos deben suplicar por el derecho elemental a vivir. La burocracia no cura, castiga; los funcionarios no atienden, desprecian; y las instituciones, en lugar de proteger, revictimizan a quienes ya de por sí cargan con una enfermedad que exige humanidad y apoyo, no indiferencia.

El testimonio de Alejandro Cossio Hernández empresario veracruzano diagnosticado con cáncer y metástasis, es el retrato más descarnado de esa realidad. Su historia no solo refleja el abandono institucional que enfrentan los enfermos en Veracruz, sino también la perversión de un sistema que castiga la enfermedad como si fuera un acto de rebeldía. Cossio fue rebotado de hospital en hospital, de ventanilla en ventanilla, acumulando sellos, copias y negativas. Y en cada paso escuchó la frase que sintetiza la brutalidad del régimen morenista: “ya no hay recomendados”. Esa respuesta, pronunciada con frialdad, define la esencia del poder actual: si no perteneces al círculo de los elegidos, no existes. Si no eres útil políticamente, te borran. Si enfermas, te dejan morir.

Afuera de cada hospital, la tragedia es visible, palpable, insoportable. Familias enteras sobreviven bajo las inclemencias del tiempo, sin techo ni cobijo, esperando durante días y noches noticias de sus enfermos. Mujeres exhaustas duermen sobre cartones, ancianos se cubren con bolsas negras, niños lloran de hambre mientras la lluvia los empapa. Las banquetas se convierten en salas improvisadas de espera, y la resignación se mezcla con la desesperanza. Adentro, los cuidadores son tratados como basura, como si su presencia fuera un estorbo, como si acompañar al enfermo fuera una falta de respeto. Los médicos, agotados, hacen lo imposible con lo mínimo; los pasillos están saturados, los baños sin papel, los aires acondicionados apagados, los pacientes parados durante horas, y los funcionarios… brillan por su ausencia. Y mientras tanto, el gobierno presume una “transformación” que no se refleja en la vida de nadie.

En contraste, Rocío Nahle y su gabinete se atienden en los hospitales más caros del país, rodeados de médicos privados, laboratorios de alta tecnología, habitaciones climatizadas y atención inmediata. Todo pagado, por supuesto, con el dinero de los ciudadanos que mueren esperando una ficha en los hospitales públicos. Ellos no hacen fila, no ruegan, no escuchan la humillación de “vuelva el lunes”, ni esperan seis horas para ver a un oncólogo que ya no tiene medicamentos disponibles. No conocen la desesperación de un diagnóstico sin tratamiento. Ellos viven en su burbuja de privilegio y cinismo, gozando de una atención que niegan a quienes los mantienen en el poder. Esa es la obscenidad de este gobierno: presumir austeridad mientras se alimentan del sufrimiento del pueblo.

¿De qué transformación hablan si cada enfermo debe suplicar por atención médica? ¿De qué justicia social presumen si los hospitales se caen a pedazos y los enfermos son tratados como mendigos? ¿De qué humanismo se jactan si los ciudadanos deben morir para que les hagan caso? El Estado veracruzano se ha convertido en un verdugo silencioso, en un sistema que asesina por omisión. No necesita fusiles ni cárceles: su arma es la indiferencia. La enfermedad en Veracruz no solo mata, revictimiza. Y la revictimización es una forma de tortura institucional, un castigo deliberado para quienes no tienen influencias, ni padrinos, ni poder.

A los enfermos se les hace esperar. Se les niega medicinas, se les cuestiona su diagnóstico, se les culpa por enfermar. Los obligan a peregrinar entre oficinas y hospitales con expedientes bajo el brazo y lágrimas en los ojos. Y cuando por fin logran sentarse frente a un especialista, descubren que el propio médico —agotado, frustrado, sin insumos ni respaldo— es también víctima del mismo sistema. Les dice con resignación: “busque ayuda en otro estado, aquí ya no hay nada.” Y así, los veracruzanos viajan a la Ciudad de México, Oaxaca o Puebla para encontrar lo que su propio gobierno les niega: atención médica digna.

Esta es la política pública del dolor. Es la violencia institucional que mata más que la enfermedad misma. Es la estrategia de un poder que ha normalizado el sufrimiento y ha hecho del abandono su sello de identidad. Mientras los veracruzanos duermen en banquetas y agonizan sin medicamentos, los funcionarios viajan en avión, posan para la prensa, inauguran obras sin sentido y repiten discursos sobre “humanismo mexicano”. La distancia entre el discurso y la realidad es tan grande, que ya no cabe ni el cinismo.

El caso de Alejandro Cossio no es una excepción: es la norma. Es la historia de miles que no tienen voz, que no pueden escribir una carta, que no conocen a nadie en el gobierno, que simplemente desaparecen entre los pasillos de un sistema que los olvida. A él lo salvó su tenacidad y su decisión de no rendirse, pero no todos tienen esa posibilidad. Muchos mueren sin diagnóstico, sin medicamento, sin consuelo. Y eso, por donde se le vea, es un crimen de Estado.

El gobierno de Rocío Nahle se ha especializado en el desprecio. En negar, minimizar, ocultar. En gastar en propaganda lo que le roba a la salud pública. Los mismos que juraron gobernar para el pueblo hoy pagan sus tratamientos con dinero público. Los mismos que predican igualdad se atienden en hospitales de élite. Los mismos que piden empatía son incapaces de tenerla. Este régimen ha perfeccionado la desigualdad: la salud es un privilegio para unos cuantos y una condena para todos los demás. En Veracruz, la enfermedad no se atiende: se padece doble. Y el cáncer ya no solo invade cuerpos, sino también instituciones, mentes y conciencias. Es el cáncer del poder, de la indiferencia y de la soberbia. Ese que no tiene cura mientras los ruines y miserables sigan gobernando con desprecio por la vida.

Carta abierta a Alejandro Cossio Hernández

Estimado Alejandro 

Tu testimonio es un acto de valentía, una voz que atraviesa la niebla de la hipocresía institucional y revela lo que los gobernantes quieren esconder: que en Veracruz, enfermarse equivale a ser olvidado. Lo que escribiste no es solo una carta, es una denuncia moral contra un sistema que se pudre en su propia corrupción, que niega la compasión y convierte el servicio público en privilegio privado. Tu historia no es solo la de un hombre que lucha contra el cáncer, sino la de un pueblo entero que lleva años luchando contra el abandono, el desprecio y la mentira.

Desde esta trinchera periodística y humana te digo con convicción: no estás solo. Miles de veracruzanos te acompañan, te leen y se reconocen en tu dolor. Cada palabra tuya es la voz de una madre que espera noticias de su hijo enfermo, de un padre que no puede pagar una quimioterapia, de un anciano que viaja horas para que le digan que no hay medicamentos. Cada línea de tu relato es el grito de los que viven afuera de los hospitales, bajo el sol, la lluvia y la indiferencia, cuidando con amor a quienes el Estado condenó al olvido.

Te respaldamos y te creemos, porque tu lucha representa la dignidad de los que se niegan a ser silenciados. Exigimos contigo que la salud deje de ser un favor político, que los hospitales dejen de ser campos de abandono y que el Estado asuma su obligación de garantizar vida, no sufrimiento. Desde Fuera de Foco, seguiremos denunciando con nombre y apellido a los miserables que gobiernan con soberbia y desdén, a esos que creen que el dolor del pueblo es un trámite más.

Rocío Nahle y su gabinete podrán esconderse detrás de discursos de oropel, pero la verdad está escrita en la piel del pueblo: los veracruzanos mueren mientras ellos se atienden en clínicas privadas, rodeados de lujos pagados con dinero público. Eso no es liderazgo, es traición. Eso no es servicio público, es vileza institucional. Eso no es transformación, es decadencia.

Tu fortaleza, tu fe y tu lucidez son un ejemplo que trasciende la enfermedad. Tu testimonio es la prueba de que la esperanza puede resistir incluso en medio del abandono. No hay cáncer más devastador que el del poder cuando se olvida del pueblo. Pero tampoco hay medicina más poderosa que la verdad cuando se pronuncia sin miedo. Gracias por hacerlo.

Con respeto, admiración y compromiso solidario,