Ex gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García Jiménez / Internet
Por Silvia Núñez Hernández
En el Veracruz morenista de Cuitláhuac García Jiménez, la transparencia se volvió leyenda urbana y la corrupción, una política pública no declarada pero bien aceitada. A juzgar por lo que la Auditoría Superior de la Federación (ASF) ha documentado en sus más recientes informes, estamos ante una administración donde el dinero no se pierde… se transforma. Como por arte de magia —negra, por supuesto—, los recursos públicos terminan en los bolsillos más oscuros del sistema.
La ASF, ese ente que todavía guarda algo de dignidad republicana, detectó en la cuenta pública 2024 del gobierno de Veracruz irregularidades por 53.5 millones de pesos del Fondo de Aportaciones Múltiples. Una cifra modesta, si la comparamos con los 3,150 millones de pesos observados tan solo en 2023, o los miles de millones de pesos triangulados a través de empresas fantasma, como revelaron investigaciones periodísticas independientes. Pero lo grave no es el monto aislado; lo escandaloso es el patrón: pagarle a muertos, contratar obras que jamás se construyen, y entregar despensas que nunca existieron.
¿Dónde está la novedad? En ninguna parte. Lo de siempre: saqueo, cinismo y complicidad. Lo verdaderamente insultante es que no hay una sola denuncia penal en curso, ni una sola detención, ni una sola renuncia. ¿Y cómo va a haberla, si el gobierno de Morena no se va a investigar a sí mismo? ¿Cómo se van a encarcelar entre camaradas de causa, si el botín político ya se repartió entre la cúpula de Palacio Nacional?
Lo que vemos es apenas la punta del iceberg. Cuitláhuac no fue gobernador: fue recaudador de campaña, una suerte de delegado financiero que, desde Xalapa, enviaba remesas políticas rumbo a la causa suprema de Andrés Manuel López Obrador. Porque no hay que olvidar que el verdadero destino de todo ese dinero no fue la infraestructura educativa, ni los programas sociales, ni la atención a damnificados. Fue el proyecto personalísimo de AMLO, su movimiento y su perpetuación en el poder bajo cualquier disfraz: ya sea Sheinbaum, ya sea el que sigue.
Así, el morenato convirtió a Veracruz en un laboratorio de impunidad: las obras inexistentes fueron tapadas con propaganda; las despensas fantasmas con conferencias de prensa; y los pagos a muertos con homenajes patrióticos. Todo eso bajo el manto protector de un presidente que prefiere mirar a otro lado antes que aceptar que su movimiento, tan alabado como mesiánico, es un lodazal de corrupción administrativa, política y moral.
El mensaje es claro: si robas, roba mucho, pero hazlo en nombre de la transformación.
Y si alguien pregunta por los 53 mil millones de pesos que circulan como cifra viral en redes, aclaremos: la ASF sólo ha documentado una parte del desfalco. El resto se lo llevaron los vientos del sur… directo a la Tesorería de la Cuarta Transformación.
Porque, en Veracruz, los muertos votan, las despensas no existen, y los millones… vuelan.