Por Silvia Núñez Hernández
La comunidad de Xaltipa, municipio de Ilamatlán, desapareció del mapa. No fue por una guerra ni por un incendio, sino por la omisión criminal del gobierno estatal. La lluvia arrasó con todo: viviendas, caminos, escuelas y vidas. Pero lo que realmente destruyó a Xaltipa fue la ausencia total del Estado, esa indiferencia que mata sin ruido y sin rostro.
El profesor Rogaciano Cortés, habitante de la zona serrana, lo dijo con crudeza: “La comunidad de Xaltipa desapareció al cien por ciento.” Lo confirmó en conferencia de prensa desde la capital, porque en su tierra no hay señal, ni caminos, ni autoridades. Entre el lodo aún buscan a las maestras Sonia y María Guadalupe Hernández, desaparecidas junto con sus hijas y familiares.
Cientos de personas quedaron desplazadas. Decenas de comunidades están incomunicadas. Las labores de rescate las hacen los propios vecinos con palas y picos, sin maquinaria, sin helicópteros, sin Ejército. En Veracruz, los planes de emergencia solo existen en los discursos y las fotos oficiales.
Indiferencia, ruindad y manipulación
Doce días después de la tragedia, cuando el país apenas se entera de que un pueblo entero desapareció, la zacatecana Rocío Nahle aparece ante un grupo reducido de personas que la abrazan y le dicen “gracias, gobernadora”. La escena es tan grotesca como indignante.
Mientras la sierra sigue sepultada bajo toneladas de lodo, ella intenta lavar su imagen política, tan destruida como Xaltipa, recurriendo a un teatro de aplausos comprados y cámaras complacientes.
No hay dignidad en esa imagen. Hay ruindad, cinismo y desprecio por la tragedia ajena. Es el retrato perfecto de un poder podrido que usa el sufrimiento humano como escenario de propaganda.
El pueblo no necesita abrazos fingidos ni frases ensayadas. Necesita presencia real, maquinaria, médicos, alimentos y justicia. Pero la zacatecana, en lugar de actuar, prefiere posar.
Un gobierno sin compasión ni estrategia
En Xaltipa vivían unas 350 personas. Hoy, más de la mitad están desplazadas y otras permanecen desaparecidas. El resto sobrevive entre la enfermedad, el hambre y la desolación. Comunidades como Chahuatlán, Atempa, Tenexco, Compextla y San Pablo registran daños de hasta el 70%. Las autoridades apenas instalaron un puente provisional, suficiente solo para tomarse la foto, no para garantizar el acceso real a la ayuda humanitaria.
El profesor Cortés fue claro: “Estamos buscando a ciegas, con picos y palas. Necesitamos apoyo del Ejército.” Pero los gobiernos estatal y federal guardan silencio.
En Veracruz, el Plan DN-III parece una leyenda urbana, y la llamada “transformación” se deshace en cada deslave.
Xaltipa no desapareció sola
Xaltipa no fue víctima del clima, sino de la incompetencia política, la negligencia institucional y la corrupción sistemática. Fue abandonada por quienes juran gobernar para el pueblo, pero viven encerrados en oficinas climatizadas a cientos de kilómetros del desastre.
Esa es la verdadera tragedia: la pérdida de la empatía pública. La muerte de la solidaridad real. La sustitución de la acción por la propaganda.
Y mientras las familias buscan a sus desaparecidos, la zacatecana sonríe para las cámaras.
La cadena de omisiones que llega hasta Palacio Nacional
Esta tragedia no termina en Veracruz. Tiene nombre y respaldo desde el centro del país. Claudia Sheinbaum, presidenta de México, guarda el mismo silencio selectivo que la zacatecana: cómodo, calculado y cobarde.
Ambas comparten la misma política de simulación, de negar la realidad y de ocultar los muertos para salvar la narrativa. Si Xaltipa hubiera sido en la Ciudad de México, la maquinaria se habría movido en cuestión de horas. Pero al norte de Veracruz, los pobres no dan votos ni titulares convenientes.
Lo que ocurrió en Xaltipa es responsabilidad directa de quienes desmantelaron el Fonden, centralizaron la respuesta civil y convirtieron la protección civil en un instrumento político de control.
Hoy, la presidenta y su aliada zacatecana comparten algo más que partido: comparten la culpa moral y política de haber permitido que un pueblo entero muriera en el abandono.
Y eso, ni los aplausos comprados ni las fotos cuidadosamente planeadas podrán borrarlo.