
Por Cuarto Piso de Palacio
La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo cancela la tan publicitada “Mañanera del Pueblo”, aquella que había anunciado como símbolo de cercanía con los mexicanos y que se realizaría este lunes 3 de noviembre en el Complejo Cultural Los Pinos, en la Ciudad de México. El evento iba a servir como escaparate político para hablar del Mundial 2026, de los supuestos avances en materia de seguridad y de la imagen de un México “preparado para recibir al mundo”. Pero el país real —el de los asesinatos, las desapariciones y el miedo— se le atravesó de golpe. El asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo Rodríguez, durante las celebraciones del Día de Muertos, tiró por los suelos la coreografía propagandística de su gobierno.
La conferencia especial no se suspendió por empatía, sino por conveniencia. Cancelar una mañanera es lo más sencillo cuando no se tiene nada que decir. El evento que pretendía presumir estabilidad y control se vino abajo como se viene abajo el discurso oficial: al primer contacto con la verdad. Y hoy, con la misma cara de palo con la que intenta fingir serenidad en medio de la tragedia, Sheinbaum anuncia que no usará la fuerza militar para enfrentar a los cárteles porque “no funciona”. ¿No funciona? Lo que no funciona es su gobierno. No funciona su estrategia de abrazos, ni su idea de que la violencia se combate con discursos, ni su constante obsesión de culpar a Calderón cada vez que la sangre vuelve a correr.
México no necesita una presidenta que viva repitiendo un libreto gastado de victimismo político. Necesita una jefa de Estado que ejerza el poder con carácter, valor y verdad. Pero Sheinbaum no gobierna: administra el desastre, maquilla cifras, ensaya respuestas y fabrica pretextos. Mientras la violencia consume a los estados, ella monta escenarios, firma convenios vacíos y finge control.
En Uruapan, cinco cárteles disputan el territorio sin que la federación intervenga. Carlos Manzo pidió auxilio en mayo, junio, agosto, septiembre y octubre, y nunca obtuvo respuesta. Desde Palacio Nacional, la presidenta lo descalificó públicamente con una soberbia imperdonable:
> “Está mal. En México tenemos un sistema penal acusatorio y al delincuente no se le debe matar.”
Mientras ella recitaba su guion sobre derechos humanos frente a las cámaras, los criminales ejecutaban al Estado de Derecho en las calles. Manzo gobernaba con chaleco antibalas, no por dramatismo, sino por supervivencia. Su municipio fue castigado con un recorte del 42.9% en el presupuesto de seguridad, y cuando lo asesinaron frente a niños, el gobierno respondió cancelando una conferencia. El gesto fue simbólico, tardío y grotesco. Cancelaron una mañanera, pero jamás cancelaron el abandono.
A la tragedia se suma ahora un nuevo golpe: la desaparición de Alejandro Correa Gómez, exalcalde de Zinapécuaro, reportado como no localizado desde la madrugada del 2 de noviembre. Según los primeros reportes, fue visto por última vez en la comunidad de Tierras Coloradas, municipio de Ciudad Hidalgo, Michoacán. La Fiscalía estatal ya emitió una ficha de búsqueda y reconoce que se teme por su seguridad.
Michoacán arde. Un alcalde asesinado, otro desaparecido, y un gobierno que ni ve ni oye. En lugar de desplegar operativos para localizar a Correa Gómez o castigar a los asesinos de Manzo, el gobernador Alfredo Ramírez Bedolla prefiere usar sus granaderos para reprimir manifestaciones. Este fin de semana, la policía estatal golpeó y detuvo a ciudadanos en Morelia que protestaban contra la inseguridad. Esa es la medida de la autoridad en México: pegarle al pueblo y agacharse ante los criminales.
El Estado mexicano ha perdido toda brújula moral. Mientras los cárteles patrullan las calles y los alcaldes desaparecen o son ejecutados, los gobiernos federal y estatal actúan con el mismo guion de siempre: condolencias, silencio, culpas al pasado y promesas que no llegan. La represión se vuelve su única forma de autoridad. Golpean al que protesta, no al que mata. Envían policías contra los ciudadanos, pero ni una sola orden de aprehensión contra los jefes del crimen organizado que controlan regiones enteras de Michoacán.
Y en medio de todo, Sheinbaum sonríe frente a las cámaras, repitiendo que “la violencia no se combate con más violencia”, como si la paz fuera un acto de fe y no de justicia. Pero ni justicia hay, ni fe queda. Lo único que se mantiene es la impunidad estructural que este régimen sostiene con dinero, miedo y mentiras.
Ya basta.
La mujer de cartón y sin sentimientos a la que le regalaron la presidencia de la República debe dejar de usar el dinero de los mexicanos para mentir cada mañana. Su “mañanera” se ha vuelto un ejercicio obsceno de propaganda: un teatro donde el gobierno se aplaude a sí mismo mientras el país se desangra. Si en verdad tuviera dignidad, cancelaría la simulación completa, no solo una conferencia.
Sheinbaum no gobierna, finge autoridad. No enfrenta al crimen, negocia con él en silencio. No protege al pueblo, lo entretiene con discursos y pantallas.
El país no necesita una presidenta que sonríe mientras miente; necesita un Estado que haga justicia.
Y eso —por más que lo disimule con eufemismos, escenarios y culpas prestadas— es lo que Claudia Sheinbaum jamás podrá ofrecer.
