16 de noviembre de 2025

 

Por Silvia Núñez Hernández

Mañana, 15 de noviembre, México no marcha para que lo escuchen aquí. Mañana nos ve el mundo entero. Nos observan las organizaciones internacionales, los cuerpos diplomáticos, las universidades, los centros de investigación y los países que llevan años preguntándose cómo un gobierno que se dice democrático logró acumular tanto enojo, tanto abandono y tanta traición social.

Porque no son dos, no son cien, no son unos cuantos “adversarios”: somos millones de mexicanos hartos, millones que ya no caben en las metáforas del poder ni en los discursos diseñados para convertir el desastre en narrativa triunfalista.

Mañana es el pase de lista de un país cansado. Un país que ya no quiere sobrevivir en silencio.

Mañana este país debería hacer un pase de lista, no de alumnos, sino de agravios. No de asistentes, sino de deudas del Estado. No de nombres al azar, sino de historias que este gobierno y el anterior han preferido convertir en ruido de fondo mientras hablan de abrazos, transformaciones y victorias imaginarias. Mañana, si algo tiene sentido, es que cada colectivo, cada dolor y cada furia organizada salga a nombrarse en la calle, con una lona, con una foto o con una consigna. Para dejar constancia: México no se acostumbró, lo acostumbraron a golpes.

Que mañana se escuche claro: “Los limoneros de Michoacán, presentes”. Los productores que han visto caer el precio de su trabajo, subir el costo de su vida y multiplicarse las extorsiones. Que marchen con el nombre de Bernardo Bravo y de todos los líderes asesinados por organizarse. Que digan: “Sin justicia no hay cosecha”; “Ni el campo ni la vida se negocian”.

Que mañana no falten los del Movimiento del Sombrero, presentes, por Carlos Manzo, alcalde de Uruapan asesinado a pesar de estar rodeado de escoltas. Que recuerden que a Manzo no solo lo mató un sicario, sino la omisión de un sistema que finge proteger mientras pacta con la realidad criminal. Que lo griten: “A Carlos Manzo no lo mataron, lo dejaron morir”; “Cuando la seguridad es espectáculo, la muerte es estadística”.

Mañana también deberían estar los LeBarón, presentes, con sus cruces, sus nombres y su duelo que sigue vivo desde la masacre de Bavispe. Una masacre que este país convirtió en expediente dormido. Que repitan: “Cinco años, dos gobiernos, cero justicia”; “La complicidad también se firma en la omisión”.

Que nadie olvide a los familiares del rancho Azcárraga, presentes, y de todos los ranchos que hoy significan fosas, restos fragmentados y silencio institucional. Junto a ellos, los nombres que se han vuelto geografía del horror: Rancho Izaguirre, Teuchitlán, localidades donde las familias excavan mientras el gobierno inventa comunicados. Que digan: “Nuestros hijos no son indicios”; “No queremos restos, queremos respuestas”.

Junto a ellos deben marchar los familiares de jóvenes enganchados por falsas ofertas de trabajo, presentes, los que vieron a sus hijos salir con esperanza y desaparecer en manos de redes criminales que operan con permiso del vacío institucional. “No se perdieron, los desaparecieron”; “No era empleo, era trampa criminal”.

Mañana deberían encabezar la marcha las madres buscadoras, presentes, cargando palas, fotos y una dignidad que ninguna autoridad ha tenido. Ellas sostienen el país mientras el gobierno sostiene su ego. Que recuerden lo que nunca debe olvidarse: “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”.

Que también se se planten los jueces, magistrados y trabajadores del Poder Judicial, presentes, los que han salido a defender no solo su retiro, sino el concepto mismo de contrapeso frente a un poder que quiere someterlo todo. “Sin independencia judicial no hay derechos”; “No somos privilegios, somos garantías”.

Tras ellos, los médicos, enfermeras y personal de salud, presentes, los que enfrentaron una pandemia con escasez, sin insumos y sin el apoyo que el Estado presumía. Que insistan: “No vivimos de aplausos”; “Curar sin insumos también es violencia institucional”.

Mañana deberían alzar la voz los estudiantes y académicos de la Universidad Veracruzana, presentes, los que exigen que se vaya el rector espurio, sostenido por prórrogas a modo y silencios cómplices. “Sin legalidad no hay universidad”; “La academia no es feudo político”.

Y deben marchar junto a los trabajadores de la educación, presentes, quienes sostienen escuelas enteras a pesar del maltrato, los retrasos salariales y la corrupción sindical. “Sin derechos laborales no hay escuela que funcione”.

También deberían llegar con sus lonas los damnificados de la zona norte de Veracruz, presentes, los que perdieron casas, negocios, muebles, documentos, caminos y tranquilidad. Los que vieron cómo la ayuda oficial desapareció mientras ellos sacaban lodo con las manos. Que sus mantas digan: “Perdimos todo, menos la dignidad”; “La tragedia no se resuelve con discursos”; “Aquí también somos Veracruz, aunque al gobierno se le olvide”.

Entre todos ellos, que no falten los periodistas y defensores de derechos humanos, presentes, los que pagan amenazas, exilios o balas por documentar lo que el poder quiere enterrar. “No se mata la verdad matando periodistas”; “La libertad de expresión no se agradece, se garantiza”.

Y en medio del contingente marcharán también comerciantes, pequeños empresarios, taxistas, repartidores, presentes, los que viven entre la extorsión criminal e institucional. “Pagamos todo, recibimos nada”; “Queremos trabajar sin miedo”.

Al final de ese pase de lista debería escucharse una sola consigna: “Víctimas del Estado y de su omisión, presentes”. Porque lo que une a todos no es ideología ni región, sino abandono. La omisión se volvió política pública. La impunidad, el idioma oficial. Y la resistencia ciudadana, el único contrapeso real.

Mañana, 15 de noviembre, que nadie se engañe: no es una marcha de buenos modales, es un inventario nacional de agravios. Que cada colectivo llegue con su lona, su nombre y su verdad.

Porque si el Estado insiste en ignorar a cada uno, mañana tendrá que escuchar a todos juntos.

Y cuando pase lista, México contestará:

“Presentes. No nos han vencido. No nos van a borrar.”