17 de noviembre de 2025

Andrés Manuel López Obrador  / Vídeo

Por Rebeca Solano

  • Funcionarios de Morena retoman símbolos mexicas para legitimarse ante un pueblo que exige resultados, no solo rituales.

En un acto que ha levantado polémica en redes sociales, miembros del gobierno federal y líderes políticos de Morena han sido captados participando en ceremonias con estética y simbología prehispánica, particularmente asociada al mundo mexica o azteca. Los videos, difundidos ampliamente en plataformas digitales, muestran danzas rituales, invocaciones y uso de indumentaria tradicional indígena, lo que muchos interpretan como un intento de conectar simbólicamente con la raíz cultural del pueblo mexicano.

Sin embargo, el gesto no ha pasado desapercibido para críticos y ciudadanos que denuncian una contradicción profunda: mientras se escenifican estos ritos, el país atraviesa una de sus peores crisis en materia de salud, inseguridad, educación y pobreza. “Quieren desplazar el presente con un espectáculo del pasado”, comenta una usuaria en redes sociales, “pero el pueblo no se alimenta con copal”.

Expertos en comunicación política señalan que este tipo de puestas en escena buscan crear una narrativa identitaria en torno al gobierno, apelando al nacionalismo cultural, sin necesariamente responder a las demandas concretas de la población. “No es nuevo. Es una estrategia de poder simbólico: erigirse como herederos de lo sagrado, mientras se evade la rendición de cuentas”, señala el politólogo Ernesto Lira, de la UNAM.

El uso del término “desplazamiento azteca” ha comenzado a circular en redes, refiriéndose a esta apropiación selectiva de símbolos para justificar decisiones o para redirigir la atención de los problemas reales que enfrenta el país.

Mientras tanto, comunidades originarias y pueblos indígenas reales siguen enfrentando marginación, despojo de tierras y nula representación efectiva. “No basta con ponerse un penacho si no escuchan nuestras voces”, declaró una representante nahua del estado de Veracruz.

La teatralidad gubernamental, en tiempos donde la legitimidad se tambalea, parece no bastar. Y el pueblo, cada vez más informado y crítico, comienza a distinguir entre la historia verdadera y el decorado oficial.