La gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle / Internet
Por Redacción
La gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, volvió a colocarse en el centro del debate público, esta vez no por dar la cara, como en algún momento se jactó, sino por esconderla detrás de las puertas de Palacio de Gobierno. El episodio que encendió las alarmas ocurrió durante la conferencia en la que participó la titular de Protección Civil nacional, Laura Velázquez Alzúa: reporteros críticos fueron impedidos de entrar por instrucciones superiores, que personal de Comunicación Social, encabezado por Benita González Morales, se limitó a acatar.
La jugada no fue aislada. Primero se cancelaron conferencias, después se abrieron accesos diferenciados, más tarde se hicieron convocatorias a destiempo para excluir, y ahora llegó lo inevitable: la censura abierta. Un gobierno que presume transparencia hoy opta por el control informativo más burdo.
Mientras cierra puertas a la prensa, Nahle también enfrenta una tormenta mediática por sus declaraciones sobre la taxista Irma Hernández Cruz, secuestrada y posteriormente localizada sin vida. La gobernadora se apresuró a afirmar que la mujer falleció de un infarto, y tachó de “miserables” a quienes, según ella, politizan el dolor. Las críticas no tardaron: la postura de la mandataria, lejos de apaciguar, encendió la indignación y la convirtió en tendencia nacional. Aunque la Fiscalía Estatal reportó cuatro detenidos vinculados al caso y tanto el presidente López Obrador como la presidenta Claudia Sheinbaum salieron en su defensa, la duda quedó sembrada: ¿es empatía lo que falta o simple incapacidad para comunicar?
En paralelo, el gobierno estatal impulsa con entusiasmo su campaña internacional “Veracruz está de moda”. Ferias de turismo en Madrid, el Tianguis Turístico en Baja California y apariciones en foros culturales son los escenarios que Nahle elige para vender la cara amable del estado. Gastronomía, música, playas y folclor son presentados como escaparate mundial mientras en la otra orilla se acumulan notas de violencia, censura y represión mediática. Veracruz brilla en los folletos, pero sangra en las calles.
Y, paradójicamente, en medio de todo ello, las encuestas la colocan en lo más alto: 74.1% de aprobación según Factométrica y Reporte Índigo, y 69% de acuerdo con Parametría consideran que es una buena gobernadora. Los números la favorecen, pero los hechos la persiguen.
El panorama es claro: una mandataria que se siente respaldada en las urnas, que viaja al extranjero para presumir un Veracruz de postal y que, al mismo tiempo, pone candado a las puertas del Palacio para evitar ser exhibida por su prensa crítica. La pregunta es obligada: ¿de qué sirve ser popular si se tiene miedo a responder?
La gobernadora que prometió siempre dar la cara hoy prefiere esconderla. Y en política, cuando se cierran las puertas al escrutinio público, no se protege al poder: se evidencia su fragilidad.