17 de noviembre de 2025

Acarreo para el informe del presidente, Claudia Sheinbaum Pardo en Veracruz / Internet

Por Silvia Núñez Hernández

Mientras el país se desangra, lo que se montó ayer en Veracruz fue un espectáculo grotesco: Claudia Sheinbaum jugando a la campaña eterna, recorriendo estados como si la urgencia nacional fuera llenar estadios en vez de enfrentar la crisis que devora al país. Todo un carnaval de recursos públicos despilfarrados para sostener una narrativa de cartón piedra, mientras la realidad arde a las puertas de hospitales, en las calles controladas por los cárteles y en los hogares que entierran a sus muertos sin justicia.

El show en el Beto Ávila es la postal más clara del fracaso: camiones repletos de acarreados traídos de todos los rincones de Veracruz e incluso de estados vecinos; hoteles abarrotados para hospedar a quienes fueron movilizados a aplaudir; y un dispositivo de seguridad desplegado no para proteger a los ciudadanos, sino para blindar la escenografía del poder. Pan y circo en su versión más cínica, con Rocío Nahle como maestra de ceremonias del acarreo masivo. No hubo informe, hubo circo, y lo más insultante es que se atreven a venderlo como ejercicio de gobierno.

Mientras tanto, el sistema de salud agoniza. Millones de mexicanos solo tienen acceso a la limosna de una pastilla de paracetamol como cura milagrosa para todos los males. Los médicos trabajan sin guantes, sin insumos, en hospitales colapsados, y en regiones enteras el personal sanitario ha declarado paros indefinidos porque no hay ni jeringas. El IMSS Bienestar es un fracaso monumental, un cascarón que presume logros mientras la gente se muere en las salas de espera. Pero claro, eso no importa: lo importante es que no falte la tarima, la lona con el eslogan y la foto del aplauso multitudinario.

En paralelo, los cárteles siguen imponiendo su ley a balazos. Veracruz, Chiapas, Guerrero, Michoacán: el mapa del país es una mancha roja de masacres. Minatitlán, La Concordia y tantas otras tragedias ya no son excepciones, son la regla. Decenas de muertos en cada emboscada, pueblos enteros sometidos, familias desplazadas. El costo económico de esta violencia es brutal, pero el costo humano es irreparable. Y, mientras tanto, la presidenta se entretiene en su nefasta politiquería, como si la sangre que corre no fuera suficiente para detener su teatro itinerante.

Y sí, hay detenciones, cateos y fotos oficiales que presumen golpes al crimen organizado. Pero son fuegos artificiales que no borran la impunidad estructural. En Veracruz, mientras unos son exhibidos esposados, otros —incluso elementos de la Marina— siguen prófugos por desapariciones forzadas. Expedientes abiertos desde hace años que nunca se cumplen, que nunca se investigan a fondo. Se prefiere la foto del decomiso que enfrentar la podredumbre del sistema de justicia. Es la doble moral de un gobierno que presume resultados con una mano mientras con la otra esconde los expedientes que lo exhiben como cómplice por omisión.

Lo que se vio ayer en Veracruz no fue fortaleza política, fue debilidad disfrazada de espectáculo. El acarreo no es apoyo, es cinismo institucionalizado. Y el país real, el que sufre, el que no tiene medicinas, el que es rehén del crimen organizado, el que entierra a sus hijos todos los días, ese país sigue fuera del escenario. El informe fue un acto de propaganda barato, un acto desesperado para mantener vivo un mito mientras la realidad grita lo contrario.

Esto no es gobernar. Es huir hacia adelante, tapar la podredumbre con aplausos comprados, esconder la ingobernabilidad detrás de banderitas y frases recicladas del viejo PRI. Lo terrible no es que lo digan con descaro, lo verdaderamente escalofriante es que parecen creer que con este circo están gobernando.