Por Silvia Núñez Hernández
El 29 de septiembre, desde Palacio de Gobierno, la gobernadora Rocío Nahle volvió a encender los reflectores, no por resultados, sino por su habilidad de culpar, negar y maquillar. Arremetió contra la prensa con la soberbia de quien confunde crítica con ataque. Señaló a Reforma y El Universal de carecer de ética, pidiéndoles “subirle tantito” como si su gobierno fuera ejemplo de moralidad. Irónico: habla de ética justo quien lleva semanas filtrando qué reporteros pueden preguntar en sus conferencias para evitar el incómodo espejo de la verdad.
Después, con voz de epopeya, Nahle desempolvó su cuento del “huachicol fiscal”. Dijo que nació entre 2014 y 2018, en tiempos de Peña Nieto, cuando —según ella— los funcionarios de otros partidos “encontraron su nicho”. Y como buena alumna del guion lopezobradorista, se colgó del nombre de su protector para presumir que AMLO ordenó la investigación, que Morena canceló más de mil permisos y que “Morena llegó al rescate de la soberanía energética”. Lo dijo con aplausos de fondo, como si los vítores pudieran tapar el hedor del combustible robado.
La escena fue puro teatro: un reportero “ocasional” lanzó la pregunta sobre huachicol y, casualidad de casualidades, Nahle ya tenía lista una diapositiva para proyectar. Improvisación ensayada, montaje de utilería. Todo planeado, menos la verdad. Y lo más grotesco: negó que en Veracruz exista huachicol.
Los hechos la desmienten. Veracruz es la columna vertebral del huachicol fiscal. Aquí operan más de 600 kilómetros de ductos y poliductos que sirven para extraer y transportar combustible robado. Aquí llegaron barcos, aquí circulan trenes y pipas enteras, y aquí florecieron “mini refinerías” clandestinas como la clausurada en Coatzacoalcos con cientos de miles de litros asegurados.
El Departamento del Tesoro de Estados Unidos sancionó a 26 empresas con domicilio en Veracruz por integrar la red “El Tanque”, dedicada al robo, transporte y reventa de hidrocarburos. Los sobrinos del exsecretario de Marina, Rafael Ojeda —Fernando y Roberto Farías Laguna— aparecen como piezas clave, con complicidades aduanales y portuarias y un enriquecimiento ilícito documentado por la UIF.
Las aduanas de Veracruz y Tuxpan figuran entre las 21 investigadas en el país por contrabando disfrazado de importaciones de lubricantes. Desde este estado, los cargamentos salen en barcos, trenes y pipas hacia Tamaulipas y de ahí a Texas, bajo la logística del CJNG y con autoridades que fingen no ver.
Y aquí es donde todo cuadra. Si Nahle sale a lavarse la cara y, de paso, la de su protector y amigo López Obrador, es porque ya siente el agua en los aparejos. Según lo denunciado por un militar preso en Canadá, fue ella quien perfeccionó junto con Obrador la red del huachicol fiscal. La denuncia que presentó como combate al huachicol en realidad era un manual de cómo hacerse rico sin tener que andar perforando mangueritas. No extraña entonces que la señora no sepa qué hacer con tanto dinero: anda comprando propiedades a diestra y siniestra, lavando dinero como si fuese su deporte favorito.
Mientras tanto, en público exige ética periodística y niega el huachicol. En privado, los barcos atracan, las pipas circulan y las cuentas se inflan. Ese es el verdadero “rescate energético”: rescatar fortunas privadas a costa de un saqueo nacional.
“Veracruz está de moda”, repite con cinismo. Sí, gobernadora. Veracruz está de moda… pero en el huachicol. No por su soberanía, no por Morena, no por su propaganda barata. Veracruz está de moda porque es la pieza medular de una red criminal, porque desde aquí se roba, se lava y se exporta combustible ilegal con la complicidad del poder.
Y frente a eso, lo único que le queda son sus diapositivas.