16 de octubre de 2025

Por Silvia Núñez Hernández

En el pecado lleva la penitencia. Rocío Nahle García, la zacatecana que se impuso por la fuerza en Veracruz, enfrenta hoy el juicio que ninguna elección amañada puede eludir: el de la realidad. Su incompetencia, la farsa institucional y la soberbia compartida con Claudia Sheinbaum quedaron exhibidas en medio del desastre natural y humano que azota al estado. No hay discurso que tape la tragedia, ni conferencia que disimule la muerte. La improvisación, la mentira y la simulación se han vuelto su sello de gobierno.

La supuesta gobernadora presume coordinación con Protección Civil, ese organismo que jamás ha sabido operar ni en prevención ni en atención, pero que vuelve a repetir su papel de comparsa para justificar la negligencia oficial. Mientras tanto, los testimonios de los pobladores —los mismos que el gobierno desprecia y calla— relatan la verdad que el régimen pretende sepultar bajo lodo y propaganda: los cuerpos están siendo retirados por el propio gobierno en bolsas negras de basura, cargadas en camiones tipo torton y camionetas oficiales, que operan de madrugada con el fin de controlar y manipular la cifra real de fallecidos. No se trata de rumores ni especulaciones, sino de una operación inmoral, planeada desde las sombras del poder para maquillar cifras, ocultar la magnitud del desastre y borrar rastros de su incapacidad. La pestilencia de la muerte se mezcla con la del cinismo institucional que intenta perfumar la tragedia con comunicados fríos y montajes mediáticos.

Los pobladores lo saben, las redes lo han documentado y el hedor de la injusticia no puede ocultarse. Veracruz entero huele a tragedia. Alumnos de la Universidad Veracruzana perdieron la vida, y sus familias exigen respuestas que no llegan porque la versión oficial está construida sobre la negación y la manipulación. Es el mismo patrón de un gobierno que inventa logros, esconde desastres y fabrica verdades convenientes. La maquinaria estatal repite su mecanismo de control: impedir la solidaridad ciudadana, bloquear la entrada de víveres, silenciar a quienes documentan lo que realmente sucede. Todo con el fin de evitar que los influencers, periodistas y medios independientes revelen la magnitud del horror que la zacatecana intenta encubrir.

Minimizar el número de muertos es un acto de barbarie y de perversión política. Pretender borrar con boletines lo que las comunidades han grabado con lágrimas y teléfonos es confirmar que Veracruz no tiene gobierno, sino una oficina de propaganda. La tragedia humanitaria está siendo administrada con la misma perversión con la que operaron el fraude electoral. Porque sí, hubo fraude electoral, y los veracruzanos lo sabemos. Rocío Nahle no ganó. El verdadero ganador fue Pepe Yunes. Miles de ciudadanos fuimos testigos, con las sábanas electorales en mano, de los resultados que no coincidían con los que el régimen publicó. Hubo alteración de actas, manipulación en los conteos y una estrategia perfectamente orquestada para imponer a quien hoy se ostenta como gobernadora.

Esa ilegitimidad, ese origen manchado por la ambición, hoy se le revierte con furia. En el pecado lleva la penitencia. Porque un gobierno nacido del fraude no puede sostenerse sin la sombra de su propio crimen. La ilegitimidad se percibe en cada acción, en cada improvisación y en cada mentira. Y aunque intenten disfrazarlo de liderazgo, Veracruz ya entendió que detrás de esa fachada solo hay una mujer sin raíces en esta tierra, carente de sensibilidad y atrapada en la arrogancia de un poder que no le pertenece.

A su lado, Claudia Sheinbaum volvió a exhibir su soberbia. Llegó a Veracruz no para solidarizarse, sino para encubrir la ineptitud de su aliada, proteger la narrativa del desastre y blindar a la zacatecana con la misma frialdad con la que justificó tragedias como la Línea 12, el Rebsamen o los accidentes ocurridos durante su propia campaña. La presidenta presume ciencia y progreso, pero ignora humanidad. No escucha, no siente, no ve. Es la continuidad de un poder sin alma, de un régimen que destruye y se victimiza.

Y es aquí donde cabe la comparación inevitable: si en lugar de Claudia Sheinbaum la presidenta hubiera sido María Corina Machado, la historia sería otra. María Corina no posa, actúa; no improvisa, lidera. Donde se para, inspira respeto y esperanza. No necesita rodearse de aduladores ni de propagandistas, porque su fuerza nace de su convicción, de su coherencia y de su integridad. Esa mujer, reconocida en su país como símbolo de libertad y coraje, habría caminado entre los damnificados sin miedo ni cámaras, habría exigido justicia y habría tendido la mano a los suyos con humanidad y firmeza. Claudia no. Rocío menos. Ambas son el reflejo del desprecio institucional, de la soberbia que solo la impunidad puede sostener.

Hoy Veracruz lo sabe. Se robaron el Fonden, saquearon la confianza del pueblo y hoy enfrentan las consecuencias. Quisieron gobernar con manipulación, pero gobiernan sobre ruinas; quisieron silenciar, pero despertaron al pueblo. El pueblo las repudia porque todo lo que tocaron, lo destruyeron. Y aunque maquillen cifras, oculten cuerpos, callen voces y compren conciencias, la verdad está escrita en el lodo y en la memoria colectiva. El fraude político y la tragedia humana los unió en un mismo punto de condena: el descrédito.

Veracruz no las quiere. México tampoco las necesita. Porque la historia, tarde o temprano, cobra todas las cuentas pendientes. Y cuando ese día llegue, ni la soberbia ni la propaganda las salvarán del juicio que realmente importa: el de un pueblo cansado de ser burlado, saqueado y humillado por los que juraron servirlo.