Por Samuel García
“La refinería de Dos Bocas es uno de los proyectos que amenaza con hundir el plan de rescate financiero de Pemex. Hacienda ha apostado miles de millones de dólares en deuda con la esperanza de que proyectos como este generen resultados, pero se trata de una apuesta tan ambiciosa como arriesgada.”
En lo que va de este año, Hacienda ha respaldado a Pemex con emisiones jumbo de bonos soberanos, notas precapitalizadas y refinanciamientos por más de 25 mil millones de dólares, a un alto costo financiero (en tasas y comisiones). Todo bajo el argumento de mantener la confianza de los inversionistas y evitar un impago que golpearía la calificación crediticia del país.
El problema es que ese apoyo no puede extenderse indefinidamente. La deuda total de Pemex, incluyendo proveedores, suma alrededor de 120 mil millones de dólares, con vencimientos concentrados entre 2025 y 2027, y sin un flujo operativo que garantice el pago. La deuda no está desapareciendo: está cambiando de nombre, desplazándose gradualmente hacia el balance de las finanzas públicas.
Hacienda ha hecho explícita su estrategia: sostener a Pemex hasta que “pueda financiarse solo”. Rodrigo Mariscal, economista en Jefe de la dependencia, nos lo dijo sin rodeos: el apoyo continuará “hasta que la empresa pueda refinanciarse por sí misma”, incluso más allá del 2027. Pero ese objetivo luce distante. La petrolera enfrenta una producción declinante —cayó a 1.37 millones de barriles diarios en agosto—, costos crecientes y fallas eléctricas en Dos Bocas, donde la falta de planeación energética ha paralizado operaciones y exhibido el desorden estructural del proyecto estrella del sexenio.
La refinería Dos Bocas, que costó oficialmente casi 21 mil millones de dólares, fue construida sin garantizar un abasto estable de electricidad. Reportes de la propia Pemex reconocen fallas de suministro que han detenido procesos críticos. En un país con red eléctrica saturada, y donde los apagones se multiplican en regiones industriales, esa carencia es más que un error técnico: es un riesgo sistémico. Si Dos Bocas —que solo produce un cuarto de su capacidad de producción de gasolina— no puede operar con regularidad, no generará los ingresos que Hacienda espera para aliviar las presiones fiscales de Pemex. En ese escenario, la carga recaerá nuevamente en el erario.
El costo de esa apuesta no es menor. Cada vez que Hacienda sale al mercado para colocar deuda a nombre del gobierno, lo hace a tasas más altas por el riesgo asociado a Pemex. En los hechos, México ya paga una prima por la fragilidad de su petrolera. Y si la refinería, que debía reducir la importación de combustibles y fortalecer la balanza energética, no logra producir a su capacidad total, el plan financiero se debilita. La deuda crecerá, la calificación podría deteriorarse y la narrativa de soberanía energética se desmoronará.
El círculo es perverso: Pemex no genera flujo suficiente para pagar; Hacienda asume parte de la deuda; el déficit aumenta; y el Estado termina atrapado en su propio salvavidas. Es el costo de haber subordinado la planeación técnica a fines políticos. Dos Bocas no solo es un proyecto caro y problemático: es el eslabón más débil de una estrategia que comprometió las finanzas públicas a futuro.
Cuidado. Un gobierno que se define por su prudencia fiscal ha hecho su apuesta más grande en el activo más endeudado, incierto y vulnerable de su portafolio. Si Dos Bocas no entrega resultados —y hasta ahora, no los entrega— la factura no la pagará Pemex, sino Hacienda y el país. Esa sería la peor herencia económica de este sexenio.