16 de noviembre de 2025

Internet

Por Silvia Núñez Hernández

“No sé”
“No me enteré”
“Nadie me informó”
“No me avisaron”

Estas frases no son simples descuidos verbales. Son el reflejo de una actitud profundamente preocupante en alguien que hoy ocupa la presidencia de México. Claudia Sheinbaum, quien durante su gestión como jefa de Gobierno de la Ciudad de México esquivó responsabilidades con declaraciones evasivas, repite la fórmula como presidenta: desinformación, indiferencia y falta de carácter.

La línea discursiva del “no supe” no es menor. En un país con más de 128 mil personas desaparecidas, donde la violencia es endémica, la corrupción permanece intacta y la impunidad reina en las instituciones, resulta inaceptable que la máxima figura del poder ejecutivo se excuse con argumentos propios de quien no gobierna, sino sobrevive al cargo.

¿Cómo puede alguien dirigir una nación cuando no tiene la capacidad —o la voluntad— de asumir responsabilidad?

Durante su campaña, Sheinbaum fue señalada por su silencio ante temas cruciales: el colapso de la Línea 12, las víctimas del colegio Rébsamen, y los múltiples incidentes logísticos que cobraron vidas humanas. La constante fue su estrategia de omisión. Hoy, como presidenta, sigue sin responder con firmeza ante crisis estructurales.

México no necesita una presidenta que «no sabe». Necesita una jefa de Estado que conozca los problemas, los nombre con todas sus letras y actúe sin titubeos. La negación no es estrategia; la ignorancia no es liderazgo; y la omisión es una forma de complicidad.

La llamada Cuarta Transformación prometió un nuevo régimen, pero con Sheinbaum al frente, solo hay más de lo mismo:

🔹 Más militarización disfrazada de «seguridad».
🔹 Más subordinación al poder presidencial anterior.
🔹 Más simulación en el combate a la corrupción.
🔹 Y más abandono a las víctimas.

La narrativa de «no fui informada» no exonera a una presidenta. La hace incompetente o cómplice. En ambos casos, el país pierde.

Un día antes de que Ovidio hable… ¿nerviosismo en Palacio Nacional?

Estamos a un día de que Ovidio Guzmán, uno de los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán, comience a declarar ante la justicia de los Estados Unidos. Lo que está en juego no es menor: posibles revelaciones sobre pactos inconfesables, colaboraciones encubiertas y estructuras políticas protegidas por el propio Estado mexicano.

Y justo cuando la verdad amenaza con salir de la boca de quien fue entregado al imperio, el gobierno federal se mueve con torpeza. Su “súper policía”, Omar García Harfuch —más estrella de marketing que estratega de seguridad— monta un espectáculo de distracción: el aseguramiento de una avioneta con droga y tres mexicanos. La versión oficial: la aeronave venía de El Salvador.

El presidente Nayib Bukele, que no se anda con rodeos, respondió de inmediato: exigió una corrección formal, advirtiendo que El Salvador no será usado como chivo expiatorio por los fracasos del gobierno mexicano.

¿A qué juega Sheinbaum? ¿A manchar la imagen de Bukele justo cuando este ha señalado —sin rodeos— la incapacidad del gobierno mexicano para contener al narco? ¿Busca castigar mediáticamente a quien se ha atrevido a nombrar lo que en México se oculta?

No es casual que Bukele, cercano a Donald Trump, haya sido blanco de esta maniobra. En el tablero geopolítico, cada ficha cuenta. Y en su desesperación, Sheinbaum parece apostar por el viejo recurso de la distracción internacional, mientras en su propio país la verdad comienza a reventar como granada sin espoleta.

Pero ni Bukele se deja ni Ovidio calla.

El problema es que, cuando el narcotráfico empieza a hablar en tribunales de alta seguridad, la política mexicana tiembla. Y cuando los aliados incómodos de López Obrador comienzan a aparecer en las transcripciones judiciales, el nuevo gobierno se ahoga en su propio lodo.

México no necesita soldaditos de utilería ni presidentas en piloto automático

Harfuch juega a ser héroe de opereta. Sheinbaum, a gobernar desde la ignorancia selectiva. Y mientras tanto, los cárteles avanzan, las víctimas siguen sin justicia, y la diplomacia se convierte en un pleito de vecindad.

¿Así piensa Sheinbaum gobernar un país en ruinas?
¿Con silencios estratégicos, soldados mediáticos y cortinas de humo internacionales?

Cada vez queda más claro: la primera presidente de México ha llegado al poder con la brújula rota, el discurso hueco y el país en llamas.

Lo que se viene con las declaraciones de Ovidio no es solo una crisis de seguridad: es el posible derrumbe de una narrativa que durante seis años sostuvo al obradorismo.

Y en ese sismo político, Sheinbaum ya comienza a desmoronarse.