16 de noviembre de 2025

Por Silvia Núñez Hernández

Las cuentas no cuadran. Y el silencio de la zacatecana empieza a retumbar más fuerte que cualquier discurso. Las nueve auditorías sobre la refinería de Dos Bocas ya están en manos del Congreso, y aunque la fuente original —el periodista Edgar Hernández, en Línea Caliente— sólo abrió la puerta, el contenido completo pinta un panorama devastador: sobreprecios, tráfico de contratos, irregularidades técnicas y un daño patrimonial que ya no puede taparse con propaganda. El supuesto orgullo nacional se transformó en una pesadilla financiera de 420 mil millones de pesos perdidos entre adjudicaciones directas, empresas fantasma y ampliaciones injustificadas.

El proyecto que debía costar 8 mil millones de dólares terminó en más de 20 mil 900 millones, ubicando a Dos Bocas entre las refinerías más caras del planeta. Pero el exceso no trajo eficiencia: la planta opera con menos de la mitad de la capacidad prometida, entre fallas de calibración, combustibles de baja calidad y equipos que colapsan por la mala cimentación. La Auditoría Superior de la Federación detalla una cadena de errores y omisiones que no fueron casuales, sino parte de un modelo de saqueo institucional cuidadosamente diseñado.

Empresas ligadas a Juan Carlos Fong Cortés, socio de confianza del matrimonio Nahle-Peña, recibieron contratos multimillonarios sin licitación, con incrementos de hasta mil millones de pesos disfrazados de “ajustes técnicos”. Y Pemex, fiel a su cultura de opacidad, censuró los contratos en su versión pública, alegando “seguridad industrial”. Traducido: escondieron las pruebas. El resultado es una refinería montada sobre un terreno que se hunde, con módulos inclinados y tanques en riesgo estructural, una obra que necesitará reinyecciones de concreto durante años para no colapsar. Cada peso mal colocado será otro ladrillo en la lápida política de quien lo aprobó.

El destino, sin embargo, tiene un perverso sentido del humor. José Manuel del Río Virgen, aquel que fue encarcelado en 2021 por órdenes políticas, hoy dirige la Comisión de Vigilancia desde donde revisa las mismas cuentas que lo llevaron al presidio. Y las nueve auditorías que guarda en su escritorio son dinamita pura: trazan responsabilidades, montos y beneficiarios. Nahle lo sabe. Por eso el miedo, por eso los ataques, por eso el discurso de persecución. Porque esta vez, los papeles que siempre se ocultaron están a punto de hablar, y cuando lo hagan, no quedará margen para el cinismo.

El colapso de Dos Bocas no es técnico, es ético. Nació del ego, creció con la mentira y ahora se derrumba por su propio peso. Las cifras de la ASF, los informes energéticos internacionales y los reportes de campo coinciden: la refinería no produce lo que prometió, ni costó lo que dijeron, ni opera como debería. En materia penal, esos tres “ni” bastan para abrir un expediente. Y lo que se avecina no será un simple escándalo administrativo, sino una tormenta judicial.

Y si alguien aún duda del tamaño del saqueo, bastaría mirar la metamorfosis patrimonial de la zacatecana. Ahora entendemos por qué Rocío Nahle, aquella mujer que vivió durante años en una casa de interés social en Coatzacoalcos, hoy no sabe en dónde esconder tantas propiedades millonarias. Sus bienes, documentados y denunciados por Arturo Castagné, son el mapa físico de la corrupción: mansiones, terrenos, inversiones y residencias de lujo que no se explican con un sueldo público. Dicen que hay dos cosas imposibles de ocultar en la vida: el amor y el dinero. Lo primero, que lo resuelva con su conciencia. Pero lo segundo es imperdonable. Porque quienes alguna vez vivimos contando monedas para llegar a la quincena no podemos normalizar que una funcionaria que nació de la clase trabajadora se bañe hoy en billetes, en un enriquecimiento tan obsceno como el silencio que lo rodea.

El verdadero temblor que se acerca a Veracruz no proviene del subsuelo, sino del rastro de corrupción que la zacatecana dejó enterrado en Tabasco. El barro de Dos Bocas no solo traga maquinaria: traga reputaciones, carreras y futuros políticos. Y mientras en el Congreso los expedientes se acumulan, en los pasillos del poder suena un tic-tac que nadie puede detener. La refinería fue su bandera, su obsesión, su trampolín al poder. Hoy es su condena.

Y en contraste con su evidente nerviosismo, queda la gran pregunta: ¿qué irá a cacarear en su primer informe de gobierno?, ¿Acaso presumirá la “mini refinería” de Minatitlán, que resultó ser una instalación huachicolera decomisada por Omar García Harfuch? ¿Intentará colgarse del desastre ambiental y social que dejó en Poza Rica? ¿Se atreverá a mencionar el brutal asesinato de la maestra Irma, hincada y ejecutada por delincuentes mientras el Estado calla? ¿O hablará del exalcalde decapitado, otro símbolo de la violencia que su gobierno no controla?

Quizá no diga nada. Quizá repita el libreto de siempre: que todo avanza, que todo es transformación, que el caos es culpa de otros. Pero esta vez, ni el guion de la propaganda alcanzará para cubrir el hedor que sale de los expedientes. Porque hay discursos que se derriten frente a la verdad, y el de Rocío Nahle ya se deshace antes de empezar.