Por Silvia Núñez Hernández
Anoche, el Zócalo no escuchó un grito de independencia: escuchó el eco de la vileza. Un espectáculo de luces, pirotecnia y solemnidad simulada para disfrazar un país manchado de sangre, negligencia y corrupción. Claudia Sheinbaum se vanagloria de patria mientras arrastra un historial de cadáveres, de vidas perdidas por omisión y de complicidades que ningún “¡Viva México!” puede ocultar. No entiendo cómo puede dormir con todo eso a cuestas.
Desde septiembre de 2017, cuando el colegio Enrique Rébsamen se desplomó durante el sismo, murieron 19 niños y 7 adultos. Sheinbaum, entonces delegada en Tlalpan, fue señalada por otorgar permisos irregulares y no clausurar un edificio con anomalías conocidas. Las familias siguen esperando justicia mientras la responsabilidad política sigue intacta.
El 3 de mayo de 2021, una trabe de la Línea 12 del Metro colapsó entre Tezonco y Olivos. 26 personas murieron y más de 70 resultaron heridas. Un peritaje internacional confirmó fallas estructurales y de mantenimiento. Su administración no garantizó seguridad alguna. Ese colapso se convirtió en símbolo de impunidad y corrupción que hoy aún no se repara.
Niños con cáncer, adultos con enfermedades crónicas y pacientes del IMSS e ISSSTE murieron porque millones de piezas de medicinas nunca llegaron. La política de desabasto no fue un error: fue un castigo sistemático, un desprecio por la vida mientras ella aplaudía las decisiones de su padre político, AMLO.
El 14 de junio de 2024, en Monclova, Coahuila, un vehículo del convoy de Sheinbaum embistió un auto particular. Murió una mujer adulta mayor y hubo heridos. La soberbia de los convoyes políticos se llevó una vida inocente, un recordatorio de que la irresponsabilidad también mata.
El 10 de septiembre de 2025, en Iztapalapa, explotó una pipa cargada con casi 50 mil litros de gas LP. Murieron varias personas, incluida Alicia Matías, de 49 años, quien resistió dos días en terapia intensiva antes de morir en el Hospital Magdalena de las Salinas. Su nieta de dos años sobrevivió gracias a que Alicia la protegió con su cuerpo. Una tragedia que exhibe la negligencia en la regulación del transporte de gas y la incapacidad de respuesta de las autoridades.
Miles de desaparecidos siguen siendo la herida abierta de este país. Durante la gestión de Sheinbaum en CDMX y ahora en el gobierno federal, las cifras no bajan: aumentan. Para las familias buscadoras, el Grito es un insulto, mientras el Estado celebra con luces y aplausos.
Y, como si fuera poco, la red de corrupción que opera en la Secretaría de Marina, documentada recientemente por El País, implica a mandos como el vicealmirante Manuel Roberto Farías Laguna, sobrino del exsecretario Rafael Ojeda Durán. Una operación de huachicol y contrabando que nació en tiempos de AMLO y que Sheinbaum protege con su silencio. La corrupción que prometieron desterrar se institucionaliza bajo su gobierno.
No hay patria posible en la impunidad. No hay independencia en la corrupción. Lo patético no es solo un gobierno que presume patriotismo mientras encarna negligencia y cobardía, sino un Zócalo repleto de ciudadanos celebrando como si nada. Cantan el himno, sí, pero lo hacen como borregos ante su amo, sin entender la letra ni lo que significa ser patriota. Aplauden a quien los pisotea. Se emocionan con quien los traiciona.
El grito de este gobierno no es de independencia. Es de sumisión. Y la historia —que nunca perdona— seguirá pasando la factura de cada vida que hoy intentan sepultar bajo aplausos y fuegos artificiales.