Por Silvia Núñez Hernández
¿Por qué el gobierno siempre minimiza las tragedias y oculta los muertos? La respuesta tiene fondo político, histórico y de control narrativo.
Porque admitir la magnitud real implica aceptar su fracaso. Cada administración que enfrenta una catástrofe —lluvias, deslaves, epidemias o explosiones— teme más a la reacción social y mediática que al desastre mismo. Por eso, el primer reflejo es negar, minimizar o manipular cifras, ocultando cuerpos, reportes o testimonios. Es un mecanismo de contención política: si no hay muertos oficiales, no hay responsables.
En el caso de Rocío Nahle y Claudia Sheinbaum, reconocer la devastación de Poza Rica sería aceptar que el Fonden desapareció, que no existen fondos de emergencia, ni protocolos reales de protección civil. Sería evidenciar que la llamada Cuarta Transformación no tiene capacidad de respuesta, ni estructura, ni humanidad institucional.
El control de la narrativa vale más que la vida humana. El gobierno actual —como los autoritarios de siempre— privilegia la imagen antes que la acción. Por eso impiden que los ciudadanos entreguen ayuda: necesitan posar para la cámara repartiéndola ellos, como si la solidaridad popular les perteneciera. Esa teatralidad es una forma de propaganda. El dolor humano se convierte en utilería para maquillar su ineficiencia.
Cuando los muertos se esconden en bolsas negras, los datos se falsean y las familias son amenazadas para no hablar, el Estado lava sus manos con estadísticas falsas. Así evitan investigaciones, auditorías, indemnizaciones y responsabilidades penales. Ocultar víctimas es también un acto de corrupción institucional, porque implica encubrir a quienes no hicieron su trabajo.
La población se organiza, limpia, rescata, alimenta, y el gobierno llega después a posar. En Poza Rica —como en Acapulco, como en Tabasco— el pueblo salva al pueblo, mientras la burocracia planea cómo convertir el desastre en spot político. Nahle actúa tarde, Sheinbaum calla, y ambas creen que el dolor tiene horario de oficina.
En síntesis, el gobierno minimiza y oculta porque teme a la verdad.
Y la verdad en Poza Rica es demoledora: no fue la naturaleza la que mató, fue la negligencia, la soberbia y la corrupción de quienes juraron servir y solo saben servirse.
Y mientras los de arriba calculan encuestas, los de abajo entierran a sus muertos en silencio. No hay peor tragedia que la de un país que normaliza la mentira y aplaude al verdugo. Porque cuando la verdad se oculta bajo el lodo, no solo se entierran cuerpos: se entierra también la dignidad de un pueblo entero.