17 de octubre de 2025

Por Silvia Núñez Hernández

Ahora sí, a río revuelto, ganancias de pescadores. Samuel García, gobernador de Nuevo León, mandó ayuda —y generosa— a los municipios veracruzanos devastados por las inundaciones. Personal de Protección Civil de Nuevo León y de Guadalupe sigue imparable en las labores de rescate, con helicópteros, paramédicos y brigadas que no han parado un solo día. Llegaron, actuaron y salvaron vidas… mientras en Veracruz siguen esperando que la señora de Zacatecas utilice siquiera la logística y las aeronaves que tanto presume, para trasladar a los miles de veracruzanos enfermos por las aguas negras que se mezclaron con el desbordamiento del río.

Porque, señora Nahle, esto no es dar guantazos al aire ni posar para la foto, es fajarse de verdad y empezar a utilizar los recursos públicos para salvaguardar las vidas que su titular de Protección Civil no supo —ni quiso— proteger.

Mientras el gobierno de Nuevo León responde con eficacia y humanidad, Veracruz se hunde entre la improvisación y el abandono. Los helicópteros norteños sobrevuelan comunidades que no han recibido ni una lata de atún del gobierno estatal. Los rescatistas regios bajan con cuerdas donde ni la Secretaría de Gobierno ni el DIF han tenido el valor de meter los pies en el lodo. Y mientras otros estados hacen el trabajo que le corresponde al suyo, la zacatecana Rocío Nahle sigue en su eterno letargo burocrático, perdida entre comunicados vacíos y la ridícula pretensión de aparentar control. Pero la realidad se impone: no hay plan, no hay coordinación, no hay liderazgo.

En Poza Rica, la tragedia natural vino acompañada de un espectáculo político de vergüenza ajena.

La supuesta “alcaldesa electa” impuesta por Morena, esa que recibió el cargo bajo la sombra del fraude y la complicidad de Rocío Nahle, anda tomándose selfies en la zona cero, posando entre el lodo y la desesperación como si el sufrimiento ajeno fuera material de campaña. Los pobladores la han visto repartiendo despensas con su nombre impreso, rodeada de cámaras y sonrisas forzadas, mientras las familias siguen sin comida, sin agua y sin esperanza.

A eso se le llama ruindad política.

Y sí, en Poza Rica se confirma el refrán: a río revuelto, ganancias de pescadores.

Porque para esa mujer, la tragedia fue la oportunidad perfecta para figurar; para demostrar que *no hay límites cuando se trata de manipular la desgracia de un pueblo que no la eligió. Quiso la alcaldía, sí. Pero hoy demuestra que no puede con el municipio, que está rebasada, inútil y exhibida.

¿Para qué quería Rocío Nahle “controlar” municipios con su gente, si al final demuestra que no sabe qué hacer con el poder?

Porque si algo dejaron al descubierto estas lluvias, es que la 4T veracruzana no sabe gobernar ni en seco, mucho menos bajo el agua.

El desastre de Poza Rica no solo es natural. Es político, administrativo y moral.

Porque Veracruz no está de pie gracias a su gobierno, sino a pesar de él.

Porque los héroes no están en los palacios, sino en las calles inundadas donde los de Nuevo León levantan cuerpos, auxilian enfermos y trasladan heridos.

Porque los que llegan desde otros estados no lo hacen por espectáculo ni por votos, sino por humanidad.

Y aquí se revela, con toda crudeza, la diferencia entre quien sabe mandar con inteligencia, responsabilidad y humanidad, y quien solo manda obedeciendo a su soberbia.

Samuel García manda helicópteros, médicos, víveres y personal especializado. No pidió reflectores ni convirtió la tragedia en discurso político. Envió apoyo real, tangible, inmediato. Su gobierno se movió en cuestión de horas, activó protocolos de rescate, y demostró —a pesar de ser de otro estado— que la solidaridad no necesita partido ni propaganda, sino voluntad.

Del otro lado está Rocío Nahle, que manda discursos ensayados, declaraciones mediocres y poses cuidadosamente planeadas. Mientras en los techos los damnificados pedían auxilio, ella daba entrevistas; mientras las comunidades pedían agua, ella presumía censos; mientras los niños se enfermaban por las aguas negras, ella sonreía frente a las cámaras intentando aparentar control. Nahle gobierna como quien no siente, como quien no entiende, como quien no padece. Cree que la empatía se delega, que la autoridad se presume y que la gestión puede maquillarse.

Y mientras ella administra su imagen, Veracruz entero sufre infecciones, hambre y desamparo. Los hospitales están saturados, los caminos destrozados, las familias durmiendo entre el lodo, con miedo de enfermar o morir por la indiferencia de un gobierno ausente. La emergencia sanitaria ya es real: hay brotes de diarrea, fiebre, enfermedades cutáneas y respiratorias; los animales muertos flotan entre casas colapsadas y la pestilencia cubre todo. Pero el gobierno estatal calla. Prefiere negar lo evidente antes que aceptar que el desastre lo rebasó.

Esto, señora Nahle, no es una tragedia inevitable ni una fatalidad climatológica. Es el resultado directo de su negligencia, de su falta de planeación, de su incapacidad y de su soberbia política. Porque Veracruz no solo fue arrasado por la corriente, sino por años de simulación institucional que usted perpetuó al llegar al poder. Es consecuencia de haber desmantelado la estructura de protección civil, de haber reemplazado técnicos por incondicionales**, de **haber confiado más en la propaganda que en la prevención, y de haber dejado que el discurso del “todo está bajo control” se convirtiera en su peor mentira.

No, señora Nahle: el agua no se llevó solo las casas, los caminos y las vidas. El agua se llevó su discurso, su credibilidad y la poca legitimidad que aún fingía tener. Hoy, Veracruz le reclama no con pancartas ni con votos, sino con la rabia y el dolor de quienes fueron abandonados.

Ya no se trata de política. Se trata de humanidad. Se trata de vidas.

Y el pueblo veracruzano merece más que una gobernadora que duerme mientras otros rescatan a los suyos, que se esconde detrás de comunicados mientras otros arriesgan la vida, y que se burla de la desgracia de un estado que no la eligió.

Porque la incompetencia también mata, y Veracruz ya lo aprendió bajo el agua.