16 de noviembre de 2025

Por Silvia Núñez Hernández

 

Hay momentos en la política en los que una figura pública se rompe a tal grado que solo queda una versión de sí misma: la caricatura. Y Claudia Sheinbaum llegó ahí hace rato. No porque las críticas la rebasen, sino porque su propio pasado la aplasta. La Claudia que marchaba, gritaba y desafiaba al poder estaría hoy vomitando de vergüenza al ver a la presidenta acorralada detrás de láminas, temblando por una movilización ciudadana que nació igual que las protestas que ella encabezaba.

Lo más patético es que su caída no empezó con la silla presidencial. Empezó el día en que decidió entregarse a los delirios de un dirigente al que trató como gurú político, cuando en realidad no era más que un orate que la mantenía aplaudiendo sus caprichos. Desde el momento en que se volvió sombra de AMLO, dejó de ser Claudia. Se volvió pequeña. Enana frente a su propia historia.

Por eso esta columna es distinta. Hoy no escribo para describir lo que hace. Escribo para mostrarle el espejo que más le dolería ver: el mensaje que la Claudia revolucionaria, la que existió de verdad, le enviaría a la presidenta que se perdió en el laberinto del poder.

Aquí está la carta que Claudia Sheinbaum jamás se escribiría pero que merece leer.

Carta de Claudia la rebelde a Claudia la presidenta

Claudia:

Te escribo desde el tiempo en que no te rendías ante nadie. Cuando no te arrodillabas frente a líderes mesiánicos ni buscabas justificar lo injustificable. Cuando la dignidad te importaba más que la línea política. Cuando no estabas convertida en repetidora automática de un hombre que confundió país con culto personal.
Yo existí. Y tú me borraste.

Me sorprende verte así: protegida por vallas metálicas, rodeada de policías, escondida como si gobernaras un reino de fantasmas. Tanto miedo por una marcha. Tanto pánico a que la gente haga lo que tú misma hiciste durante décadas. Qué ironía más triste: te asusta la ciudadanía que un día representaste.

Dices que los medios “usan tu imagen para atacarte”. ¿Qué te pasó? ¿En qué momento decidiste que la crítica era agresión? Si te estorba tu imagen, cúbrete la cara con una bolsa. Al menos tendrías la decencia de no fingir que el problema son los demás.

Yo marchaba con el CEU. Tomaba aulas. Enfrentaba al poder sin temblar. Tú, en cambio, tiemblas porque un grupo de ciudadanos quiere caminar por las calles.

En 1991 levanté un cartel en Estados Unidos contra Salinas mientras a mi alrededor gritaban que México era “la dictadura perfecta”. ¿Y ahora qué haces tú? Levantas murallas porque no soportas que te llamen lo que te estás volviendo.

La Claudia que yo fui habría denunciado a la Claudia que eres.

No reconozco a esta mujer que repite guiones ajenos, que copia frasecitas de mañanera, que gobierna como si el país fuera una maqueta de laboratorio sin consecuencias humanas. No reconozco a la mujer que convirtió su rebeldía en sumisión y su inteligencia en burocracia.

Te volviste pequeña, Claudia. Pequeña frente al poder, pequeña frente al país, pequeña frente a ti misma.

Lo más doloroso es que todo esto no te lo hizo el cargo.
Te lo hizo tu incapacidad para gobernarte a ti misma.

Perdiste la brújula.
Perdiste el carácter.
Perdiste la vergüenza.

La protesta que hoy te incomoda nació de la misma rabia y esperanza que me llevó a las calles hace treinta años. No estás enfrentando un peligro. Estás enfrentando tu reflejo.

Yo era valiente. Tú eres un eco hueco.
Yo luché contra el autoritarismo. Tú lo administras.
Yo creí en la democracia. Tú la recubres con lámina para no verla.

Si algún día tienes un minuto de honestidad, mírate en el espejo y reconoce lo que enterraste: a mí. A la Claudia que eras antes de servirle de sombra a un hombre que jamás te vio como igual.

La muralla que levantaste no protege al Palacio Nacional. Protege tu miedo. Porque el país ya te midió… y te quedó grande.

Atentamente,
La Claudia que mataste para llegar donde estás.