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Por: Silvia Núñez Hernández
A Rocío Nahle ya no le basta con gobernar Veracruz desde hace nueve meses. Ahora también se asume fiscal, vocera de la Fiscalía General del Estado, repartidora de certificados éticos a periodistas, y, de paso, se victimiza cuando alguien osa cuestionarla. Lo que no asume —ni por accidente— es su papel como jefa del Ejecutivo de un estado sometido por el crimen organizado y empobrecido por la indolencia institucional.
Durante una rueda de prensa dada el 28 de julio, Nahle soltó perlas que merecen archivarse en el expediente de la ignominia política. Primero, abordó el asesinato de Irma Hernández, maestra jubilada y taxista. Y lo hizo como si llevara en la bolsa la cédula profesional de fiscal ministerial. Reveló información que, por ley, corresponde únicamente a la Fiscalía General del Estado, como el hecho de que Irma habría sido víctima de plagio y otras “líneas de investigación” que no le toca divulgar. Pero en su mundo paralelo, Nahle cree que puede ser gobernadora y fiscal a la vez, siempre que eso le permita maquillar la realidad.
Eso sí: cuando le preguntaron qué acciones está tomando su equipo de seguridad ante las extorsiones que afectan no solo a los taxistas, sino a todos los sectores productivos de la entidad, se hizo la que no oyó. No ofreció datos, estrategia, ruta de acción, ni siquiera una vaga promesa. Nada. Se fue por la tangente, lanzando indirectas a los medios y buscando la salida de emergencia. Porque está claro que hay temas que la señora no quiere tocar. Y uno de ellos es el control que tienen los grupos criminales sobre Veracruz.
Y para cerrar con broche de cinismo, Nahle acusó a los periodistas que le cuestionan de “miserables” por hablar del asesinato de Irma Hernández. Según su lógica torcida, hablar de un hecho trágico es politizar, pero usar la muerte de una veracruzana para victimizarse públicamente, no lo es. ¿En serio le preocupa la familia de Irma? ¿O lo que verdaderamente le preocupa es que la narrativa se le salga del guion? ¿Será que lo que quiere evitar es incomodar a los verdaderos dueños del territorio?
Porque eso es lo que parece: una gobernadora más preocupada por no molestar al cartel, que por proteger al pueblo. Lo que Nahle ha dejado claro es que prefiere el silencio institucional antes que enfrentar a quienes extorsionan, asesinan y aterrorizan a los veracruzanos. Su omisión es tan evidente como alarmante. Y en política, el silencio también mata.
Pero quizá lo más grotesco de toda esta escena de desvergüenza es que la señora se atreva a exigir “ética” a los periodistas, como si su investidura le otorgara autoridad moral para repartir cátedra. ¿Ética? ¿De parte de alguien que da declaraciones que entorpecen investigaciones? ¿Que filtra información procesal sin tener facultades? ¿Que evita hablar de los temas que sí son de su competencia? ¿Que guarda silencio ante la extorsión y el terror sembrado en cada esquina del estado?
Eso no es ética. Eso es simulación. Eso es cinismo institucional. Si de ética hablamos, la primera que tendría que revisarse es ella. Porque no se puede exigir lo que no se practica. Y no se puede condenar la crítica mientras se perpetúa la omisión. La ética no se proclama a gritos; se ejerce desde el poder con congruencia y responsabilidad. Y eso, Nahle no lo ha hecho. Ni una sola vez.
Las extorsiones están desbordadas. Comerciantes, taxistas, restauranteros, empresarios y familias enteras viven con miedo. El crimen cobra piso, y el gobierno guarda silencio. El mensaje es inequívoco: “no molesten al patrón”, no incomoden a los que mandan de verdad. La pregunta ya no es si Veracruz está tomado por el narco. La pregunta es: ¿para quién gobierna Rocío Nahle?
Porque si en lugar de proteger a la ciudadanía, el gobierno minimiza los delitos, calla ante la extorsión, esconde información, descalifica a la prensa y protege intereses inconfesables, entonces no es una falta de sensibilidad política: es una traición al mandato constitucional.
La señora no solo se equivoca de tono, ni de foro, ni de postura. Se equivoca de bando. Y lo hace con premeditación, alevosía y ventaja. Lo grave no es que no sepa gobernar: lo imperdonable es que no quiera hacerlo.
