27 de septiembre de 2025

Por Silvia Núñez Hernández

A Claudia Sheinbaum Pardo no le preocupa ser identificada ya como la persona más mentirosa que haya tenido este país. Miente y miente sin problema alguno. Es más, miente hasta de su propio nombre, pues se sabe que en Bulgaria —de donde se le ha señalado como originaria— era conocida como Irina. ¿Qué se puede esperar de alguien que construye su carrera sobre medias verdades y realidades inventadas?

Su narrativa oficial insiste en que todo está bajo control. Habla de un México en paz, con instituciones sólidas y un gobierno blindado contra la corrupción. Pero basta rascarle un poco para que la fachada se desplome y deje ver lo que realmente ocurre: un régimen sostenido en amparos, complicidades y vínculos turbios con el crimen organizado.

Un ejemplo fresco es el de Hilda Araceli Brown Figueredo, hoy diputada federal de Morena por Baja California, antes alcaldesa de Playas de Rosarito. No es cualquier nombre: Estados Unidos la tiene sancionada por la OFAC, señalada de vínculos con Los Mayos, una facción del Cártel de Sinaloa. La Unidad de Inteligencia Financiera en México ya le bloqueó cuentas, y aunque Brown niegue todo y se escude en que “se enteró por los medios”, lo cierto es que cuando la justicia norteamericana pone a alguien en la mira, no es por capricho ni por chisme de pasillo.

Mientras tanto, aquí se juega a la simulación. Se repite hasta el cansancio que “no hay persecuciones políticas”, pero curiosamente los hijos del presidente andan amparados contra órdenes de aprehensión. Y recordemos: la ley es clara, no hay amparo contra lo inexistente. Si un juez admite el trámite, es porque hay un acto de autoridad real, concreto y verificable.

Y ojo: pese a las usuales mentiras de Claudia Sheinbaum, que desde la mañanera asegura que los hijos de López Obrador “ni siquiera son mencionados”, la realidad es que *parecen más de cuatro veces en los expedientes. No es rumor: son hechos jurídicos.

A esto súmele un ex presidente escondido porque sabe que en Estados Unidos su expediente ya está listo; un coordinador de senadores como Adán Augusto López, señalado en múltiples tramas de corrupción; y ahora una diputada federal de Morena vinculada al narco. Y en lugar de deslindarse de ellos, Sheinbaum los arropa, los justifica, los defiende.

Y por si todo esto fuera poco, está la red del huachicol, que sigue vivita y coleando pese a las promesas de “cortar de raíz el robo de combustible”. Hace unos días, explotó una pipa en el Puente La Concordia, procedente de Tuxpan. El gobierno corrió a decir que se trataba de un accidente, pero vaya usted a saber si no era también gas robado. Porque siendo honestos: con este régimen y sus vínculos turbios, ya no es descabellado pensar que esas mismas empresas contratadas para transportar combustible legal, también estén siendo utilizadas para traficar el robado. Llámelo especulación, pero la realidad que nos han pintado los morenistas hace que cualquier sospecha sea perfectamente creíble.

La pregunta no es si el gobierno actual tiene corruptos infiltrados. Eso ya está más que demostrado. La pregunta es: ¿hasta dónde va a llegar el costo político y social de sostener a una presidenta que insiste en vivir en un país paralelo, donde no hay narcos en el Congreso, donde no hay pactos con el crimen, donde los corruptos son “inocentes perseguidos”?

Sheinbaum gobierna en un México alterno, un México de discursos huecos y realidades negadas. Pero aquí, en el México real, la violencia se desborda, los amparos brotan como hongos y la credibilidad se evapora a diario.

El autoengaño presidencial puede ser cómodo, pero no es eterno. Porque la historia enseña que quienes hoy se creen intocables, mañana son los primeros en caer. Hoy verdugos, mañana reses.