3 de octubre de 2025

Por Silvia Núñez Hernández

Cuando pienso en Jorge Winckler Ortiz, inevitablemente me viene a la mente aquel abogado del despacho en la avenida Reyes Heroles. Fui muchas veces a entrevistarlo ahí, cuando la señora Torales —hoy alcaldesa electa de Boca del Río— estaba tras las rejas por el famoso atropello al joven Burela. En aquellos días, Winckler era simplemente un abogado más, aunque ya con ambiciones en el firmamento jurídico veracruzano.

Ni siquiera Miguel Ángel Yunes Linares se asomaba entonces como candidato; el poder aún no lo había alcanzado del todo. Winckler, en ese tiempo, sostenía quizá un resquicio de idealismo profesional, de ética profesional inoculada por sus años mozos. Pero el poder tiene una forma peculiar de transformar a los hombres.

En 2016, Winckler fue nombrado Fiscal General del Estado de Veracruz para un periodo de nueve años. Se decía que llegaba para limpiar, para darle rumbo al caos judicial que heredaba la gestión de Duarte. Pero antes de que llegara a ser “el fiscal soñado”, su cercanía con Yunes lo convirtió en su fiscal “carnal”, instrumento y escudo político. Desde los primeros eventos públicos se le veía hincado a los pies del Choleño traidor, Miguel Ángel Yunes Linares, en una sumisión tan grotesca como patética. Esa relación marcó el rumbo: el alumno convertido en verdugo por orden del amo.

No pasó mucho antes de que emergieran los signos del antes y el después de Winckler. Sus contradicciones: por un lado, denuncias audaces contra exfuncionarios del régimen Duarte; por otro, acusaciones de pactar con estructuras que protegía o, al menos, toleraba. En 2019, el Congreso veracruzano lo removió —primero temporalmente, luego de forma definitiva— por no acreditar la revalidación del certificado de confianza. Aquel fue un punto de inflexión. El hombre que alguna vez defendía causas legales pasó a ocupar el centro mismo del huracán jurídico.

Desde su destitución comenzaron los embates en su contra: órdenes de aprehensión, denuncias por desaparición forzada y privación ilegal de la libertad. En julio de 2022, tras casi tres años de estar prófugo, fue capturado en Puerto Escondido, Oaxaca. Lo trasladaron a Pacho Viejo, Coatepec, Veracruz, donde durmió bajo rejas que él mismo solía ordenar para otros.

En estos días, la historia se repite en el teatro de lo grotesco: el ex Fiscal General del Estado, que alguna vez fue juez moral, hoy pide clemencia jurídica. En la audiencia del 1 de octubre de 2025 en Pacho Viejo, la defensa intentó impugnar la prisión preventiva. Pero el juez no dudó: confirmó que el riesgo de fuga, la peligrosidad y la amenaza a la víctima no habían sido desvirtuados. Esa sentencia lo encierra un año más.

La víctima principal en este nuevo proceso es Gilberto Aguirre Garza, quien afirma que fue torturado, presionado con música a volumen estridente de madrugada, amenazado de muerte a su familia, obligado a declarar contra otros fiscales. Entre las acusaciones se menciona que usaron canciones de Maluma a toda hora para quebrarlo psicológicamente. La fiscalía señala que estos hechos ocurrieron en mayo de 2018, cuando Winckler ya estaba al mando de la Fiscalía estatal.

Este es el trayecto del hombre que conocí hace años como abogado y que hoy se hunde en un laberinto penal de su propia construcción. La ambición, cuando se mezcla con lealtades peligrosas, termina cobrando factura. Hoy, Winckler enfrenta las reglas del escenario que contribuyó a maquinar: ser juez, actor y víctima de su propia trama.

El poder tiene memoria. Y la justicia, tarde o temprano, cobra su peaje.

Hoy Winckler es solo un espejo: la cuarta corrupción, llamada Morena, debería mirarse en él. El partido que se jacta de ser “transformación” no es más que el cartel político más peligroso del país, aliado con el crimen organizado, sostenido por redes de huachicol fiscal y por el secuestro legislativo en Congresos estatales y federales. Se han robado e impuesto magistrados y jueces a modo en la SCJN, instalaron a los del Acordeón, reformaron la ley de amparo a su conveniencia, y aún así se engañan creyendo que podrán eternizarse en el poder. El poder tiene fecha de caducidad.

Y llegó el día: sus propios errores, su corrupción y su ambición desmedida ya los sientan en el banquillo. Donald Trump es presidente y le tiene el pie en el cuello a Claudia Sheinbaum y a su “paladín robótico de la justicia”, Omar García Harfuch A muchos les cortarán la cabeza.

Por eso, le daré un consejo, señora Rocío Nahle García, gobernadora de Veracruz que se siente súper poderosa: el caso de Jorge Winckler Ortiz debería servirle de lección. Ponga sus barbas a remojar, porque aunque guarden secretos que impliquen a Sheinbaum y a López Obrador, usted es el eslabón más débil. No se confíe en su blindaje político ni en la impunidad momentánea. Su soberbia la coloca en la primera fila de la caída. Y entre que lloren en su casa o lloren en la suya, no dude que la decisión ya está tomada.