17 de noviembre de 2025

 

Periodista Ángel Sevilla/Internet

Por: Redacción

El periodista Ángel Sevilla, fundador del portal Noticias 644 en Cajeme, Sonora, fue asesinado el lunes 7 de julio en un ataque armado en la colonia Sochiloa.

Viajaba en motocicleta cuando fue alcanzado por las balas. Su propio reportero, cubriendo la escena en vivo, lo identificó entre los cuerpos: “Fue Ángel… el compañero Ángel Sevilla”, dijo, en una transmisión que pasó de la crónica policiaca al grito de auxilio de un gremio.

Y, sin embargo, fue hasta el jueves cuando los medios nacionales comenzaron a hablar del caso. Ningún comunicado inmediato de autoridades. Ningún pronunciamiento urgente de organismos de protección a periodistas. Ningún reconocimiento institucional del riesgo que implica ejercer el periodismo en una región dominada por el crimen y la impunidad. El silencio institucional fue casi tan brutal como los disparos.

No es la primera vez que pasa. En estados como Sonora, donde la violencia se ha normalizado, los medios locales muchas veces callan por miedo, los fiscales no informan por estrategia (o presión), y las autoridades omiten para no enturbiar su narrativa de «normalidad». Las muertes de periodistas ocurren en el vacío, y se visibilizan solo cuando un celular graba el momento, cuando un colega lo narra en vídeo, cuando la indignación rompe el cerco.

En este caso, fue la reacción de su propio equipo la que activó la alerta mediática. Un reportero en shock, una transmisión rota por el dolor, y una frase que vale como denuncia: «no vivimos seguros… estamos en peligro». Esa fue la verdadera declaración de emergencia.

Mientras el gobierno federal insiste en que «ya no se mata periodistas como antes», la realidad contradice la estadística. Se sigue matando, y además, se sigue callando. Y esa doble violencia —la física y la del silencio institucional— es lo que mantiene a México como uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo.

No basta con condenar. No basta con prometer investigaciones. No basta con simular protocolos. Lo que se necesita es actuar: con protección real, justicia pronta y un reconocimiento frontal de que el periodismo crítico está bajo asedio.

Lo mataron el lunes. Lo ocultaron hasta el jueves. Y a muchos, ni siquiera les nombran. Porque aquí, el silencio también mata periodistas.